Sobreviviendo sin los medios. Los deportes extremos sin vocación popular

Por: Adriana Alcántara Conradez

Foto: Groupon.es

Desde la aparición de los medios electrónicos y aún desde el nacimiento de la prensa, los deportes han sido protagonistas de sus contenidos, los han llevado de la mano a la popularidad, al “endiosamiento”, a la enajenación colectiva, al sano disfrute de los pueblos y al fanatismo obnubilante.

La transmisión de eventos deportivos le ha proporcionado a televisoras y radiodifusoras audiencias considerables e ingresos publicitarios que han hecho de los medios electrónicos una de las áreas empresariales con los mayores ingresos entre todas las ramas de la producción en México (y quizá de todo el mundo); sin embargo, esto sólo se puede decir de los deportes de mayor penetración en la sociedad, de aquellos que arrastran “masas” a los estadios, a los gimnasios, a las arenas, y que concitan a millones a sintonizar las frecuencias y los canales de sus radio receptores y televisores.

Del abanico de deportes olímpicos, populares, y de los llamados extremos, solo un puñado de ellos cuenta con el beneficio de ser cobijado por las industrias mediáticas. No van más allá de media docena los deportes que pueden ser calificados como verdaderamente conocidos, vendibles y capaces de atraer los oídos y ojos ansiosos de las multitudes, así como los lentes, reflectores y micrófonos de la maquinaria moldeadora de hábitos de entretenimiento, dispersión y ocupación del ocio, los mal llamados: “medios masivos de comunicación” (MMC).

Tomando en cuenta que las grandes colectividades no son masas (homogéneas, uniformes y moldeables) y que su accionar no es la comunicación, donde poner significados en común implica horizontalidad, igualdad de circunstancias, intercambio recíproco y constante de los papeles emisor/receptor con un lenguaje común, un rol activo, crítico y consciente por parte de los involucrados en el proceso comunicacional, los pretendidos MMC han creado emporios multinacionales capaces de erigir circos fraudulentos en espectáculos de alcance mundial, tal y como sucedió la noche del pasado sábado 2 de mayo del año en curso con el impresentable montaje pseudodeportivo-boxístico de la pelea entre Emmanuel Dapidran Pacquiao y Floyd Joy Mayweather.

Circo que sería impensable sin el papel de los medios electrónicos, particularmente de la televisión que en su modalidad restringida y bajo el concepto de pago por evento (Pay Per View PPV) más la taquilla, las apuestas, la publicidad, los souvenirs y anexos, generaron, según la prensa especializada, un poco más de 500 millones de dólares por un evento de menos de una hora de supuesto combate.

El criterio en que coinciden analistas, especialistas y periodistas destacados en torno a la actividad deportiva, es que los llamados deportes extremos, son así considerados por el rasgo de peligro en el cual se encuentra la vida de quienes los ejecutan; sin embargo, diversos deportes que no forman parte de ese catálogo ponen en riesgo la salud y la existencia de los practicantes: el box sin duda es uno de ellos.

Para hablar de deporte extremo hay un sinnúmero de definiciones asociadas a la actividad física realizada al aire libre y al riesgo latente de la vida. Muchos de los involucrados dentro de estos deportes no buscan la competencia, sino salir de lo cotidiano, tocar el límite de sus capacidades físicas y sentir el vértigo de la experiencia al borde de la vida.

Por un lado en América: el juego de pelota, por otro en Europa: las peleas en circos y los duelos donde se ponía en riesgo la vida misma, han sido considerados como el origen de los deportes extremos desde la antigüedad.

Para algunos ejecutantes de estos deportes, estar cerca de la muerte no es la fase indeseable, sino todo lo contrario; practicar algún deporte extremo encuentra su mayor atractivo en eso, lo disfrutan como el mayor de los placeres. Al liberar adrenalina se prepara al organismo para la lucha o la defensa ante una situación límite, el cerebro libera dopamina causando auténtico éxtasis en los practicantes.

Es algo más que una vivencia agradable, es una transformación químico-orgánica que altera el estado de conciencia.

La práctica de alpinismo, rafting, surf, navegación en velero, moto de nieve, kayak, ala delta, BMX (Bicicle motocross), parapente o cualquier otro deporte donde esté latente el peligro, es irremediablemente inalcanzable debido a los altos costos que implica practicarlo.

No hay punto de comparación cuando se habla de gastos en los deportes extremos, por ejemplo practicar alpinismo, ascender en montañas implica trasladarse a lugares remotos y posiblemente pagar algún guía, más la suma del equipo especial hace que las cifras rebasen los 10 mil pesos en caso de realizarlo adentro del país. En contraparte para realizar parkour los jóvenes de ciudad no necesitan equipo ni vestimenta alguna: los edificios, viviendas, puentes, escaleras, rampas y todo tipo de construcción puede convertirse en su sitio de recreo.

Hablar de marginación no es algo que remita solo a precios, dinero y excentricidad, la marginación de estos deportes cruza por los medios, la publicidad, el desinterés y la casi inexistente difusión.

Los medios convencionales y hegemónicos se muestran reacios a experimentar en contenidos, toda vez que no están dispuestos a arriesgar en mercados, los compradores de las mercancías que rodean a los deportes “masificadores” se identifican con ídolos cocinados al vapor en las pantallas, en el dial y en  las portadas que conocen la fórmula para elevar a rango de “héroe nacional” a un deportista comercializable y de mediano éxito, que puede ser desinflado, desechado y destituido en el momento que la ley de la oferta y la demanda se los exija: el futbolista estrella de ayer hoy puede ser un despojo ignorado en el futuro, el boxeador de las grandes glorias convertido en un adicto deleznable, y el gran ídolo de las multitudes, en el mejor de los casos se convertirá en entrenador o en comentarista deportivo, víctima insalvable del deterioro de su herramienta de trabajo: su cuerpo.

En medio de esas vicisitudes, los practicantes de los deportes extremos no buscan ser los ídolos de las “masas”, ni los medios pretenden erigirlos en tales. Al individuo económicamente encumbrado, dueño de yates con jaula antitiburones que navega por los mares de Oceanía durante 2 o 3 semanas para vivir la adrenalina, no le interesan las portadas del periódico Esto, La Afición o Récord; De igual forma no espera verse en los programas deportivos de TV Azteca, Televisa, ESPN o Fox Sports.

A modo de reflexión final, pero no necesariamente concluyente, podríamos aventurar que -con muy pocas excepciones- los deportes extremos y los medios de difusión colectiva se repelen entre sí.

Unos pueden vivir sin los otros perfectamente, y viceversa.


(Este texto fue desarrollado por su autor durante el Seminario de Titulación de la carrera Medios de Comunicación para el Prototipo Técnico “La presencia de los deportes extremos en los medios de difusión colectiva. Análisis, investigación y monitoreo” bajo la asesoría del profesor Cutberto Bastida Arias. Julio 2015)